Faraguey fue, como diría algún escritor francés perdido entre sus propias ideas, un preso de la carne, un miserable poseedor de un halo de luz de verdad. Nació rápido, solo y desnudo, tal como vivió, confundido entre la gran masa humana y malinterpretado por todos, incapaces de superar la gran distancia de la comprensión. Puro y contaminado por su treta mental, acabó desgarrándose por no poder salir de su terrible estado de precariedad. Ese fue su estado natural de las cosas, un constante calvario. Ahora bien, ¿qué podía afligir tanto su existencia? A excepción de que se tratase de un caso de "locura social"- producto de alguna atroz experiencia, propia de la lastimosa realidad social que nos rodea-, claramente su conflicto no debía remitirse a alguna nimiedad carente de importancia. No, en efecto, su tormento no trataba de ello. La duda, la incomprensión; la gran posibilidad de ver aquello difícil de ver pero que, a su vez, es arma de doble filo, si es que se intenta interpretar con la tediosa racionalidad humana. Cualquiera, en su libre albedrío conceptual, puede pensar la controversia de Faraguey como algo sin sentido, hasta, quizás, como una obviedad que no valga la pena excavar muy profundamente. Es absolutamente válido, claro está. Pero de todos modos, el objetivo de esta noche es otro, y he aquí su puntiagudo dilema: las personas, por lo general, se piensan como un cuerpo físico que posee -en algún oscuro recoveco de su materia- una chispa, un punto de conciencia que lo hace móvil; lo díficil es concebir que, en realidad, uno es un eterno y amplio campo de conciencia que posee un limitado punto físico, representado y visible a cualquier ojo, en este plano dimensional, como "cuerpo". En otras palabras, somos conciencia, algo no tangible o, al menos, no comprendido hasta la fecha ni por la más excéntrica y especializada ciencia, que posee una representación material -física, si se prefiere- en este estrecho campo de espacio-tiempo en el que existimos, convivimos y nos desarrollamos. "Podríamos imaginarnos a un pulpo, mitad visible, mitad no -decía Faraguey-, cuya cabeza permanece oculta y únicamente son perceptibles sus extremidades, inherentes a la primera." Con este planteo de ninguna manera se intenta devaluar la importancia correspondiente a la carne, a la materia, que, en definitiva, es la existencia palpable que nos demuestra la propia existencia en sí; ese fue el terrible error de Faraguey... Desacreditar la carne. Todo forma parte de un mismo cuerpo -sin pensar en un cuerpo físico- consciente, capaz de proyectarse en distintos planos, distintas realidades y que, alcanza ésta, en donde se muestra a través de una figura tridimensional de infinitas características variables, según cada caso. El paso falso que dio nuestro personaje fue el hecho de hacerse preso de la idea de que este plano es, a fin de cuentas, una banalidad. ¡De ninguna manera! Este es el lugar, el espacio donde hemos de existir -quizás por un designio aleatorio- y donde nos recreamos para comprender y proyectarnos; para ello resulta fundamental cuidar esta genuina existencia para no deteriorar nuestra propia manifestación.
Quizás el destino de Faraguey esté escrito en algún lugar, premeditado para pensar todo esto y no hallar solución alguna. Posiblemente no haya sido su meta comprender su idea, sino, simplemente haya permanecido su corta estadía de vida (como, al menos, nosotros la conocebimos) por esta curva de espacio-tiempo para transmitir un mensaje. Es un recuerdo valioso de una mente atormentada para pensar y un lindo recuerdo existencial para compartir; hoy brindamos por ello. ¡A tu salud, Vladimir Faraguey!
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