domingo, 15 de marzo de 2009

Retrato de araña por una piedra

Inmóvil y paciente, todo el día. Permanece quieta y atenta a todo lo que ocurre a nuestro alrededor. Siento la tenacidad de su quietud, pero al mismo tiempo percibo el movimiento constante y ansioso de su mirada. Ella piensa sin parar en medio de su constate vigilia. ¡Atenta! Ya se deslizó ágil y ahora posa en mi rincón más oscuro... Ha sentido los pasos de algún ratón hambriento.
Puedo percibir el latido taquicárdico de su cuerpo, puedo sentir el nervio de su temor. Pobre belleza negra. Todos creen que es frívola y engañosa, pero no la conocen en realidad. Sus gestos son suaves, su mirada calurosa e inmensa de verguenza; lo que sucede es que nadie la mira fijo a los ojos.
Hace ya tres lunas que habita en mí. Por supuesto -y aquí hago defensa de mi género ante las confusiones comunes que nos subestiman- que las piedras no somos tan incapaces como se cree: nosotras también elegimos a las arañas y otros insectos. Nosotras damos cobijo a quienes deseamos... Difícilmente alguien pueda abusar de nuestra protección.
Yo la elegí a ella, la más dulce entre todas las arañas que habitan esta rivera. Aún no habla, ha estado muda desde que llegó... Permanece alerta, atemorizada, escapando de algo, creo yo. Es encantadora su imagen atenta y desconfiada... Sus ojos y sus pasos frágiles e inseguros -aunque veloces- me recuerdan mucho a la niñez... Y eso que yo ya tengo suficientes años como para haberla olvidado.
Quisiera poder saber su nombre. Quisiera verla más cerca, más desenvuelta.
Así pasa sus días, observando y escapando, a mi alrededor, de los peligros inciertos que la acechan; buscando el rincón perfecto para poder dejarse ser... única y especial, como ella sola.

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