Me encontré con una Av. Pueyrredón mano y contramano, con un barrio de la Boca repleto de obras de mantenimiento urbano; con cartoneros, guardacoches y otros personajes cosmopolitas vestidos con ropajes azul oscuro artificiales con bandas fluorescentes a modo de señalizaciones de tránsito y, quizás, con cierta intención derechista de darles algún tipo de carácter formal en su desempeño del día a día. Me encontré con más rejas -de hecho, me gustaría expresar el dolor que me causó ver la festiva plaza Malabia convertida en un pozo de construcción vallado con una membrana amarilla-, más decoraciones callejeras, menos linyeras, menos espacios abiertos, más festivales culturales muy bien organizados armados para la entretención y dispersión de la clase media-pequeñoburguesa-culiosucio que habita esta preciosa ciudad. Pero de todo esto, con lo que más me encontré fue con esos cartelitos renacuájicos color amarillo fuerte que impregnan la ciudad con la imagen de un monigote obrero trabajando con su pala y el repulsivo slogan "Haciendo Buenos Aires". Haciendo Buenos Aires... Mmm, esto me deja pensando y repensando tantas cosas... Pienso en dichos y desdichos, como cuando -"los pájaros", diría un gran cantautor rock nacional- hablan y deshablan. Las contradicciones que se suscitan en este momento por parte de estas políticas porteñas neoeuropeizantes son tan cínicas que mantienen acaramelados a los sectores medios y altos de la ciudad que tragan este engaño, como ya se han tragado tantos otros... Pero el problema pasa porque estas mentiras disfrazadas enmascaran un plan gubernamental quizás más peligroso que cualquier otro que se haya instalado en Buenos Aires desde hace muchos años. Una vez me contaron que, hace como 15 años, Berlusconi en una reunión con Franco Macri le dio una receta infalible: "Si querés que tu hijo sea presidente del país, que primero sea presidente del mejor equipo de fútbol". No es que sea bostero, pero me parece que este ejemplo es muy gráfico.
Acá las tendencias "copistas" de leyes y prácticas europeas, propias de las ciudades vanguardistas del Viejo Continente -como arropar a los cartoneros, llenarnos de festivales snobs, gastar miles de miles en publicidades supergigantes, poner lindos faroles, lindos tachos, hablar política en términos publicitarios, enmascarar devaluaciones presupuestarias y arreglos económicas con empresas amigas y familiares con políticas de reordenamiento de tráfico, etc, etc- es una mentira que busca llamar la atención a partir del aspecto único e inigualable del carácter propio de esta ciudad. Digo, ¿acaso vender entre 3 y 5 dólares cada uno de los adoquines que caracterizan las calles porteñas -lo cual, aparte, deja una ganancia ilegítima igual o quizás más grande que el presupuesto destinado a muchas áreas de la ciudad- es una práctica europeizante? La política figurada en la imagen macrista es, a todas luces, una política de desigualdad social, de mano dura y fragancia importada para la triste clase media local.
Hay nuevos festivales de cine, de jazz, de tango, de danza pero hay menos presupuesto para las escuelas, para los hospitales y crecen los cierres a centros culturales y espacios de expresión barrial, vecinal. Hay cartoneros con uniforme, pero siguen viviendo en la miseria sin posibilidades de mejorar su calidad de vida. Hay más arreglo de baches en las calles pero se deshabitan día a día con la jugada política que hacen con la inseguridad, dando luz verde a los chorros que son socios de la misma policía federal.
Esto no es un proyecto europeizador, esto es el vaticinio de la ofensiva gubernamental a nivel nacional de la derecha empresarial y reaccionaria "que se une y crece". Y mientras tanto no surge una opción que, significativamente, pueda hacer frente a todo esto.
Mientras tanto sigo pensando en mi ciudad, en su formas y en cómo me la están cambiando, cómo me la están robando... Nuestro barro, es cierto, no es autóctono, es del arrabal europeo mezclado con el agua dulce ríoplatense, pero es nuestro y habría que pensarlo como tal... Y actuar.
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